El paisaje que enmarca actualmente la cueva difiere bastante del que conocieron los grupos paleolíticos. A los cambios climáticos y de vegetación producidos en toda la región desde la última glaciación hay que sumar la construcción del embalse de Palombera en los años sesenta del siglo pasado. Este embalse ocupa la confluencia de los ríos Lamasón y Nansa y su nivel medio está 30 m por encima de su cauce tradicional. Por este motivo, las aguas han inundado las cuevas más bajas incluso ha generado la aparición de un lago interior en el tramo final de la cavidad.
Como yacimiento arqueológico fue dada a conocer por Manuel de Cos Borbolla, sus hijos y el guarda del embalse de Palombera, Primo González, en marzo de 1972, momento en el que se reconocen las primeras manifestaciones de arte rupestre. El estudio arqueológico fue asumido de manera inmediata por Martín Almagro Basch, director del Museo Arqueológico Nacional por aquel entonces y conllevó el cierre de la cavidad para la protección de las manifestaciones artísticas.
La cueva tiene un amplio vestíbulo de planta triangular, orientado al norte, de unos 11 m de ancho y otros tantos de profundidad. Al fondo de ese espacio, un pasaje muy estrecho da paso, gateando, a una galería orientada de E a W, de unos 50 m transitables hoy. Esta galería es bastante ancha, y su suelo desciende en suave pendiente hacia el interior. El fondo de la cueva, más bajo, está actualmente ocupado por las aguas del pantano. Al otro lado, una estrecha galería continua el recorrido durante unos escasos metros.
En lo que respecta a la secuencia arqueológica, su estudio se inició un par de años más tarde, bajo la dirección de Victoria Cabrera Valdés y Federico Bernardo de Quirós. Se centró en la zona exterior del abrigo y en el vestíbulo donde se ubica el panel principal de grabados, obteniendo unos resultados desiguales y poco definitorios. Las excavaciones permitieron identificar niveles de ocupación humana con restos de fauna e industrias en piedra y hueso, que se han atribuido al periodo Solutrense, hace unos 20 mil años.
Por desgracia, la información disponible ha sido publicada de manera sumaria y dispersa. A pesar de ello, se puede asegurar que la cueva estuvo ocupada, al menos, desde las fases medias del Paleolítico Superior. Otros hallazgos esporádicos como un bifaz o un molar de rinoceronte, apunta a una presencia humana en momentos más antiguos, todavía por definir.
El arte paleolítico de Chufín fue descubierto en la década de los 70 del siglo pasado, siendo uno de los conjuntos de arte rupestre icónicos de Cantabria y declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2008.
Los estudios sobre el arte comienzan con su descubrimiento a cargo de Martín Almagro Basch. Se realizan las primeras fotos y calcos de las pinturas y grabados que se completan años más tarde con las nuevas evidencias que identifican Victoria Cabrera y Federico Bernardo de Quirós.
El arte rupestre de Chufín se distribuye en dos sectores de la cueva bien diferenciados. Por un lado, la zona exterior, expuesta a la luz del día e inmediata a la zona de habitación. De otro, la zona interior, dentro de la cavidad, carente de iluminación natural y en un tramo avanzado de la cueva. Existen diferencias notables en las manifestaciones gráficas que albergan cada uno de ellos, tanto desde el punto de vista técnico como estilístico.
Las manifestaciones artísticas más conocidas son las situadas en el abrigo exterior. Se trata de un nutrido grupo de figuras animales grabadas en trazo profundo, entre las que destaca un conjunto de 14 ciervas y un bisonte acéfalo. Presentan un esquema de representación muy simple, reducido a la ejecución de tres líneas con la línea frontal de la cabeza prolongada en la oreja, una segunda línea para el lomo y una tercera para el pecho. Casi ninguna presenta detalles anatómicos ni extremidades, siendo sencillas desde el punto de vista técnico y estilístico, pero con una alta carga expresiva.
Las ciervas trilineales conforman un motivo muy característico de la Región Cantábrica durante las fases iniciales del Paleolítico Superior. Aparecen distribuidas principalmente por la parte central y occidental, entre las cuencas del Besaya (Hornos de la Peña) y la del Nalón (La Viña, Lluera I y II, Entrefoces, Santo Adriano…).
Por otro lado, encontramos el conjunto más heterogéneo de pinturas y grabados ubicados en el interior de la cueva. En la pared derecha están mal conservadas y su lectura es complicada. Tan solo se distinguen dos posibles animales pintados en rojo y solapados (uro y caballo probablemente), así como, un gran número de trazos y puntuaciones en rojo distribuidas por todo el panel. Una serie de trazos rojos se han interpretado como una representación de vulva que se enmarcaría en una silueta humana definida por la forma del soporte y por restos de colorante.
Por su parte, en el pasaje en altura de la parte izquierda de la galería principal se observan alineaciones o nubes de pequeños puntos rojos. En algunos casos se insertan o enmarcan en pequeñas oquedades del soporte. También se han identificado grabados lineales de trazo fino de lectura complicada entre los que se distingue alguna representación animal -bisontes-.
Actualmente, el Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas de Cantabria (IIIPC) de la Universidad de Cantabria, con un equipo dirigido por el investigador Diego Garate, está realizando un estudio integral de la cavidad para precisar el conocimiento del registro arqueológico y las manifestaciones artísticas. Desde 2021 el Gobierno de Cantabria autoriza y financia las intervenciones arqueológicas en la cavidad, y la Fundación Palarq subvenciona las analíticas de los materiales arqueológicos recuperados.
En el vestíbulo de la cavidad se han abierto 3 sectores de excavación, dos de ellos contiguos a las intervenciones del siglo pasado y otro entre ambas. De esta manera, se ha podido definir la secuencia estratigráfica del yacimiento en un área extensa, aunque por ahora, sin profundizar en los sedimentos más antiguos. La presencia humana en distintos momentos del Paleolítico superior ha sido atestiguada, con especial relevancia para la época Solutrense con una abundancia de materiales arqueológicos recuperados en estratigrafía. Al mismo tiempo, la documentación tridimensional y el tratamiento de imágenes está permitiendo una interpretación renovada de las pinturas y grabados de la cavidad, incluso con la incorporación de nuevos motivos.
En definitiva, un siglo después de su descubrimiento, las investigaciones siguen adelante en la cueva de Chufín con renovadas fuerzas y prometen ofrecer datos de especial relevancia para conocer cómo vivían y cómo pensaban los grupos de personas que habitaron la cavidad y su entorno durante los últimos momentos de la Edad del Hielo.
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